RELATOS DE UN CREYENTE. EL PRECIO DE LA LIBERTAD


Por: Sherezada


Antes de que Al-lah me regalara la luz del Islam, vivía en el mercado robando lo que quería y durmiendo cuanto podía. No se puede decir que era una buena vida, vivía escondiéndome y huyendo; aun así, me gustaba no tener a nadie más que a mí para decirme cómo hacer las cosas. 

Fue entonces cuando conocí a Washi, negro como Bilal, pero sin alegría en la voz. Vivía en el mercado como yo, pero a él no se le deslizaban las cosas al bolsillo, comía de lo que le regalaban o de lo que ganaba con alguna carrerilla y dormía donde podía. 

En la batalla de Úhud fue un esclavo con una lanza, ese día su certera puntería le labró su libertad al matar a Hamza, el León del Islam: Sin piedad asesinó al tío del Profeta. El peso de Washi en oro y su estatura en seda era la recompensa que Hind, la bella mujer que lideraba La Meca, le había prometido al esclavo, además de la libertad de guiar sus pasos. Pero el brillante tesoro que le fue ofrecido nunca lo cobró, se resignó con ser dueño de su ser. 

En Medina vivió vagando por el mercado con vergüenza de su acto libertario. Durante meses, reunió el valor suficiente para un día encaminarse a la mezquita, arrodillarse en presencia del Profeta y suplicarle perdón. Mujámmad, con la misericordia rodando por su piel, levantó a Washi con delicadeza, lo abrazó como si fuera una flor perenne de cinco pétalos: lo perdonó. A pesar de que el perdón perfumaba la mezquita, el dolor de la muerte del León fue demasiado para el Profeta, por eso le pidió al etíope que se retirara, pues su presencia lo entristecía. 

Con esa sentencia, Washi, etíope, negro, musulmán, asesino de Hamza, marchó al desierto para esconderse de su propio nombre. Allá estuvo un buen tiempo; sin embargo, el aroma del perdón no era suficiente para él y buscando resarcir su error enfiló a la contienda, pero esa vez en el bando de nosotros, los de Medina.

Lo vi en el campo de batalla, blandía su lanza más alta que él, incisiva, con la mella de la herida del León del Islam. Agujereó algunos incrédulos antes de encontrarse en el centro de la batalla con Musaylimah, el gran mentiroso, líder de los enemigos. Escuché que Washi decía: “Si yo maté al mejor hombre con esta lanza, el peor hombre no escapará de su terror.” Se abalanzó con el poderío de quien necesita redención. 

Desde entonces Washi dejó de ser el asesino de Hamza, el León del Islam, para ser el que mató a Musaylimah, ese que mentía acerca del Islam. Con su nueva carga regresó a Medina, a trabajar y comer sabiéndose un hombre realmente libre.



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