Resistencia

 

Cubanas musulmanas: historias de resistencia

Por: Mariana Camejo

Original publicado en: Contexto Magazin


Aisha y Yanna se conocieron de casualidad, cuando se encontraron en la comunidad islámica de la mezquita Abdallah, la única de La Habana. Desde ese momento las unió el islam, la amistad y algo más: la búsqueda de cómo reencauzar sus vidas como sobrevivientes de violencia machista en un país donde muchas veces son discriminadas por su religión y el uso del hiyab, un pañuelo que cubre el pelo y el cuello.

Yanna estudiaba tercer año de la licenciatura en Economía cuando conoció a Fauzi. Ella estaba en el céntrico Hotel Habana Libre en un ciclo de conferencias de la universidad y él era un huésped que se atrevió a acercarse a ella, a conversar, a pedirle su número. Tenía unos 45 años y venía de Túnez cada dos meses. Fue la primera persona que le habló del islam y tras dos años  de novios, ella se hizo musulmana. “Entonces se volvió autoritario, comenzó a mandarme más”. Controlaba la literatura islámica que caía en sus manos y decidía lo que ella podía leer y lo que no en base a lo que estaba “correcto”. Luego de presionarlo mucho para que se casaran islámicamente, Fauzi aceptó que Yanna se convirtiera en su esposa frente a la comunidad practicante.

Una ceremonia de este tipo no tiene ninguna validez jurídica en Cuba pero Yanna quería cumplir con los preceptos religiosos. Al paso de los años, ella notaría con extrañeza que entre musulmanes Fauzi se hacía llamar Jimmy con la justificación de que era más seguro entrar a la Isla haciéndose pasar por el típico extranjero que busca jineteras y no como un hombre religioso que podría ser tildado de terrorista. También descubriría que tenía alrededor de 6 hijos en Túnez con una esposa que le plantaría el pedido de divorcio en un país donde una mujer divorciada es socialmente rechazada.

En el imaginario popular de Occidente, cuando se habla de mujeres musulmanas se las entiende como oprimidas, sumisas, prisioneras de hombres y de una religión que las subyuga y las coloca en una posición inferior en los espacios público y privado. En consecuencia, a través de la criminalización del islam mismo, los actores de violencia son invisibilizados, ya sean hombres practicantes de la religión, centros de trabajo, o instituciones educativas. La otra cara de la moneda es que, si la violencia se percibe como parte intrínseca de la religión, las mujeres son revictimizadas y culpadas, lo que incide en el hecho de que muchas decidan no denunciar ni buscar ayuda fuera de la comunidad; evitan encarnar el estereotipo y que se las ataque por su fe.

El resultado es que muchas mujeres musulmanas viven el paralelismo de la violencia de género entendida desde la interseccionalidad: por un lado la violencia ejercida por hombres musulmanes y por otro la islamofobia ejercida por una sociedad que no las entiende ni las acepta.

“Cualquier mujer puede ser víctima de violencia. No tiene nada que ver con la religión. Las actitudes machistas están en cualquier parte del mundo”, dice Yanna pero la mayoría de las historias de musulmanas que han vivido situaciones de violencia a manos de hombres musulmanes, dejan entrever que ellos amparan sus actitudes con supuestas tradiciones islámicas.

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Aisha ya era musulmana cuando se casó en ceremonia islámica con Habib Ur-Rahman, pakistaní que recién terminaba en Cuba sus estudios de Medicina. No fue la única cubana. Muchos pakistanís que estudiaron en la Isla tuvieron algún tipo de relación con mujeres cubanas. Algunos se las llevaron con ellos al país del picante, las mezquitas y el té negro con leche. Otros las dejaron en sus casas, incluso con hijos. Cerca de dos años pasarían antes de que Aisha pudiera regresar a Cuba. En ese tiempo descubriría que Habib estaba prometido a otra mujer, que la familia de él le haría la vida imposible, y que tendría que inventar una mentira para que él pagara su boleto de avión de regreso. Hace un tiempo, antes de la pandemia, Habib volvió a La Habana, intentó asestarle una golpiza a Aisha en su casa, en su cuarto. Después de eso fue a Sancti Spíritus, una provincia del centro del país y se casó con otra muchacha. El ciclo se repite y nadie lo controla.

“Es que no hay mecanismos dentro de la comunidad islámica –Yanna se queja–, no hay ningún lugar a donde ir”. Ella lo dice porque durante los cuatro años que fue “esposa” de Fauzi acudió varias veces a autoridades musulmanas: “me hicieron repetir la historia un montón de veces y siempre lo justificaban. Me pedían que me reconciliara con él, que lo perdonara, que fuera paciente. Yo sentía que le tenían miedo. Las únicas personas que me apoyaron fueron mujeres, amigas que también eran musulmanas”.

Cuatro veces se subió a un avión para viajar a Túnez y confiesa que no se reconoció como víctima de violencia hasta los últimos tiempos de la relación. “Él era muy manipulador. Jugaba con mi autoestima y mis inseguridades”. Le enseñaba qué pensar sobre todo, desde el gobierno de Arabia Saudita hasta las mujeres con que podía hablar, “las musulmanas buenas”; le inculcaba la necesidad de aislarse para preservar su islam y lo importante que era alejarse de sus padres porque seguían otra religión.

Pero las señas de quién era Fauzi fueron escalando y un día descubrió sus chats con adolescentes donde se hacía pasar por otra persona y les hablaba de sexo. Entonces quiso separarse, pero no sabía cómo. No fue hasta que la violencia se tornó física que Yanna pudo bloquearlo de su teléfono y de su vida. “Sucedió cuando yo estaba allá. Él sabía defensa personal y la utilizaba para inmovilizarme y golpearme. En una ocasión tuve que defenderme de él amenazándolo con un cuchillo”.

Y de nuevo, cuando buscó ayuda en autoridades de la mezquita, no la encontró. “Son cosas de seres humanos”, dijo el imám[1]. Y nada más.

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La historia de la presencia de musulmanes en Cuba se remonta al siglo XV con la llegada de algunos árabes. Continúa con hombres y mujeres africanos de la tribu mandinga que entraron a la Isla como esclavos. Al paso del tiempo, a pesar de la emigración constante hacia la mayor de las Antillas, los practicantes que llegaban no se organizaron, como sí sucedió en otros países de América Latina, para preservar la tradición religiosa. No es hasta 2007 que se reconoce la Liga Islámica de Cuba, con unos pocos cubanos convertidos al islam. Rezaban en la Casa de los Árabes, en un pequeño espacio destinado para el yumua (rezo del viernes) de los diplomáticos y estudiantes extranjeros, un lugar donde a los cubanos conversos muchas veces se les impidió la entrada.

A medida en que la comunidad fue creciendo, se hicieron habituales los rezos en una casa de Marianao, donde el presidente de la Liga en aquel momento, el ya fallecido Pedro Lazo Torres, dirigía el ritual. La mezquita Abdallah, en realidad una sala de rezo, comienza a funcionar en 2015, en el espacio que antes ocupara el museo de los carros.

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Osam me dejó indefensa.

Fue un 11 de enero hace dos años. No puedo olvidarlo porque es el día del cumpleaños de mi hija. Ella cumplía 10 años.

Osam es un diplomático de la embajada de Egipto. Por él conocí del Islam y me convertí. Quería hacer todo bien, dentro de la religión. Mis hijos lo querían mucho, mi mamá vino de Las Tunas a conocerlo. Estuvimos juntos durante varios meses. En ese tiempo dejé de trabajar porque él me lo pidió. Me alejé de amistades. Después, cuando intenté trabajar en una joyería usando el hiyab, me dijeron que no.

Íbamos a casarnos en la mezquita y el día antes él se apareció en la casa y me dijo que la salud de su mamá se había complicado y tenía que irse urgente de vuelta a su país. Yo me puse mal. Busqué consuelo en el ayuno, en la mezquita. Allí incluso le pregunté sobre Osam a un amigo suyo que había estado en mi casa, mi madre le había hecho café… Él me confirmó que Osam se había ido.

Pero una amiga me dijo que todo eso estaba raro, que los diplomáticos tienen un contrato que cumplir y no se pueden ir así.

Entonces fui a la embajada y vi a Osam llegando. Cuando lo llamé y me acerqué me dijo “¿quién tú eres?”. Imagínate un hombre que te diga eso después de meses juntos, de conocer a mi familia, a mis hijos… Yo le dije que solo quería hablar con él.

De pronto salió aquel hombre con el que yo había hablado en la mezquita y que también me había engañado. Ese hombre me cogió del brazo y me arrastró por el suelo varios metros. Alguien llamó a la policía y cuando llegó todavía él no me había soltado. La policía tuvo que intervenir y nos llevaron a la estación. Tuve que hacerme un dictamen médico. Después que una enfermera me puso un pre-yeso en el brazo, vi como un trabajador de la embajada le dio dinero. Un regalito, como dicen ellos.

No quise hacer la denuncia. En la policía me dieron la opción de hacerlo pero no quise. A mí me pusieron una orden de alejamiento y la firmé porque después de todo eso no quería acercarme nunca más a Osam.

Sufrí mucho y mis hijos sufrieron mucho junto conmigo.

Le conté todo al imám de la mezquita pero no hizo nada. Me dijo que me olvidara de todo, que Allah se encargaría. Aún tengo mi Corán y lo leo y repaso algunas partes pero no he vuelto a la mezquita. Una se siente muy desprotegida. Hasta un doctor egipcio que trabaja aquí en Cuba me dijo “tú te estás buscando que yo hable con personas para que te desaparezcan”.[2]

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Cuba fue el primer país en firmar y el segundo en ratificar la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) pero no existen normas y protocolos de respuesta específicos para luchar contra ese tipo de violencia. En 2019 un grupo de mujeres solicitó a la Asamblea Nacional del Poder Popular una ley integral contra violencia de género pero en ese momento la petición fue desestimada. En marzo de este año, Yamila González Ferrer, Vicepresidenta de la Unión Nacional de Juristas de Cuba aseguró que la Ley Integral llegará más ade

lante
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El enfoque de género transversal en las leyes, tampoco existe todavía. En consecuencia, muchas mujeres en situación de violencia desconocen a dónde pueden dirigirse para una solución a su problema. En varias ocasiones las que deciden denunciar no reciben la ayuda efectiva que ponga fin a la violencia.

Espacios a dónde acudir rápido para buscar ayuda son las Casas de Atención de la Mujer y las Familias, creadas por la Federación de Mujeres Cubanas, pero Yanna no las conocía, ni Aisha, ni la exnovia de Osam. En el último año, simultáneo a la mayor presentación de temáticas relacionadas a las violencias en los medios, estos centros han tenido mayor visibilidad, sobre todo en la televisión. Como parte de esos esfuerzos, en medio de la pandemia por el nuevo coronavirus, la línea telefónica 103, disponible desde 2002 para prevenir y controlar las adicciones, amplió sus servicios para recibir llamadas de mujeres en situaciones de violencia. Con ese mismo propósito la plataforma independiente YoSíTeCreo en Cuba habilitó el número +5355818918 y existen otras iniciativas de la sociedad civil como la Consejería del Centro ecuménico Oscar Arnulfo Romero. Sin embargo, las musulmanas tienen muchas dudas sobre solicitar ayuda a quiénes pueden no saber nada del islam.

La licenciada en Psicología Aziza Di Bello, de Uruguay, se ha especializado en psicoterapia integrativa y trabaja con mujeres musulmanas hispanohablantes. Ella explica que las mujeres, en sentido general, no denuncian la violencia de la que son objeto por diversas razones. El miedo, sin duda, las detiene, pero no es la única razón de fondo. También están la inseguridad, la dependencia económica y emocional, entre muchas otras.

“Lo que debe entenderse en cuanto a mujeres religiosas –explica Di Bello–, es que la violencia tiene que ver con la personalidad del opresor, que dentro de sus estrategias usa algunos aspectos de la religión para oprimirla. Pero no tiene que ver con el islam en sí mismo, ya que la opresión a la mujer es algo detestable para la religión islámica”.

La singularidad de las mujeres musulmanas en Cuba es que suelen buscar ayuda primero –o únicamente– en la Liga u otra autoridad de la comunidad, pero no se ha creado ningún protocolo de protección para mujeres violentadas por musulmanes locales o extranjeros. Tampoco se ha proyectado ningún mecanismo de prevención. Sobre la posibilidad y necesidad de crearlos, se enviaron preguntas a esta organización islámica pero no fueron respondidas.

“Creo que siempre es importante aclarar –comenta la psicoterapeuta– que cualquier mujer que haya sufrido maltrato, ya sea cristiana, judía, atea, musulmana, etc., debería recibir atención psicológica especializada para esa situación. Y digo especializada porque no todo profesional sabe lidiar con este tipo de población y circunstancias. Es necesario tener una preparación para ello. Así mismo deberían hacer los referentes religiosos de las comunidades, sino, nos encontraremos ante personas que perpetúan la violencia de género. Si no están capacitados, se hace necesario contar con un equipo multidisciplinario. Eso a mi entender no existe en las comunidades de Latinoamérica. Las redes de ayuda y contención, muchas veces, las hacemos las psicólogas de forma privada e individual”.

Sobre la ayuda psicológica para mujeres musulmanas víctimas de violencia, Di Bello opina que lo ideal sería el enfoque terapéutico islámicamente integrado. De esta manera se evita un daño mayor que puede incluir el enfoque secular: una re-traumatización, la intervención violenta que para “ayudar” a la víctima, coloca a la religión como causante de la violencia, cuando la realidad es que la causa no es la religión sino la personalidad del hombre violento. “Esta intervención es una violencia añadida porque ataca el rol de sostén que ofrece para la mujer su religión y espiritualidad, algo tan necesario para ese momento difícil en la vida de la víctima”.

Pero aunque en Cuba existen comunidades islámicas en todas las provincias donde la mayoría son mujeres conversas, forman parte de un grupo religioso minoritario en la Isla y tener especialistas en psicología islámica no es una meta realista para un futuro inmediato. Lo que sí resultaría un cambio significativo –y dentro de las posibilidades– es revisar el enfoque que se da a la religión en la formación de psicólogos y psicólogas dedicados a lidiar con víctimas de violencia de género, en orden de modificarlo hacia una orientación inclusiva. Ahí radica la diferencia de insinuarle a una víctima abandonar su religión o validar la ayuda que pueda recibir de otras personas que comparten sus creencias, tejiendo así una red de apoyo ampliada.

Cuando la agresión viene de otros espacios

“Empecé a despertar cuando encontré conocimiento islámico que me empoderaba y conecté con musulmanas latinas”, recuenta Yanna. Una vez de regreso en Cuba quiso rehacer su vida y ejercer su profesión pero en el primer centro de trabajo donde se presentó no la aceptaron por el velo. No es la única, de punta a punta en la Isla hay historias de mujeres que han sido expulsadas de un aula, o de una institución, o se les ha impedido trabajar por usar el hiyab, o un turbante. “Ya me he olvidado de eso –dice Yanna– porque finalmente encontré un lugar muy diferente en el que me aceptaron, aunque después supe que el psicólogo que me había hecho la evaluación antes de comenzar, había dicho que yo era propensa al cambio y no iba a durar allí”. Una vez más, el cómo se mira a la religión interviene en la evaluación y percepción de una persona religiosa.

Beatriz Batista es una comunicadora social musulmana autora de la investigación Más allá de la fe, que analiza la imagen pública de la mujer cubana conversa al islam. Batista asevera que “existen reticencias sociales debido a los estereotipos en cuanto a la religión, y aunque los medios cubanos no participan significativamente de esta tendencia, hay medios masivos a escala global cuyo discurso es predominante”.

En abril de 2020, la página de Facebook Cubanas Musulmanas denunció lo sucedido a la practicante Niurbelis Salas, trabajadora de una tienda de la Corporación Cimex en el municipio habanero de la Lisa. Sin razón, su jefe le prohibió continuar trabajando con hiyab. La justificación dada a Nuirbelis frente al resto de los trabajadores fue que una autoridad de la entidad había dicho textualmente “esto no es una feria de musulmanes”, lo que provocó el escarnio público hacia ella. Esta madre de tres hijos de nombre islámico Samira, asegura que el problema quedó zanjado cuando miembros de la presidencia de la Liga visitaron el centro y se entrevistaron con directivos, aunque no se les aplicó ninguna medida penal o administrativa por el delito de discriminación.

Jannah Deulofeu tiene una historia un tanto similar en la provincia de Pinar del Río. Cursando el quinto año de su carrera, un profesor la cuestionó en plena clase por su manera de vestir y le requirió un documento de autorización para llevar velo. En una conversación con la decana de la universidad, Jannah cuenta su insistencia en que no llevara el hiyab. “Me dijo que era una payasada, que se acordaba de cuando yo no era musulmana y me ponía shorts cortos, un tema que no era de su incumbencia. También me dijo que yo tenía un trapo en la cabeza y que me iba a ahogar con él. Fue una falta de respeto”. Aunque Jannah esgrimió la laicidad del Estado cubano, sus argumentos no sirvieron de nada. Unos días después Jannah le advirtió a la decana que toda la conversación había quedado grabada en su teléfono, “lo que era mentira, claro, pero ella no movió más el tema porque sabía que estaba mal lo que había hecho”.

Una vez graduada, una autoridad del organismo para el que comenzaría a trabajar la cuestionó por convertirse al islam. “Aquel hombre me dijo que no entendía lo de poner la cabeza en el suelo cinco veces al día, que eso era una estupidez”. Me dijo “ten cuidado con tu marido, que te va a golpear, que te va a cambiar… Yo traté de explicarle que los musulmanes no son perfectos, pero nada. Tuve que escucharlo durante media hora en su oficina. Fue islamofobia totalmente”.

En la Constitución de la República refrendada en 2019 se establece que Cuba es un Estado laico. Según el artículo 15: “El Estado reconoce, respeta y garantiza la libertad religiosa”. El artículo No. 57 establece que “Toda persona tiene derecho a profesar o no creencias religiosas, a cambiarlas y a practicar la religión de su preferencia, con el debido respeto a las demás y de conformidad con la ley”. En el 42 se declara que “Todas las personas son iguales ante la ley, reciben la misma protección y trato de las autoridades y gozan de los mismos derechos, libertades y oportunidades, sin ninguna discriminación”, de ninguna índole, incluida la religiosa.

Más allá de eso, las musulmanas no saben cómo defender su derecho al uso del velo. A pesar de que muchas voces religiosas y académicas claman la necesidad de una ley de culto en el país, sigue siendo un tema pendiente.

Según el Observatorio de la Islamofobia en los Medios, la definición e incluso la propia existencia de la islamofobia se mueven a menudo en un territorio gris no exento de polémica. La investigación de Itzea Goikolea Amian define la islamofobia de género como un término que hace referencia a las actitudes xenófobas e islamófobas que también se mezclan con discursos sexistas y misóginos y que oprimen, discriminan y se ceban dos veces más en las musulmanas que en los musulmanes.

Para Alberto López Bargados, profesor de antropología social en la Universidad de Barcelona, la islamofobia de género, tiene como “objeto” a la “musulmana”, a la que se ataca y/o se protege “por su sumisión”.

La abogada cubana Deyni Terry explica que un delito de islamofobia en Cuba se procesaría a partir del artículo 295 del Código Penal por discriminación, no de manera específica por “discriminación de género” ni por islamofobia, porque estos términos no están en el Código. “Una ley integral contra violencia de género podría servir para encauzar este tipo de asuntos, pero en dependencia de la letra de la ley, sería el enfoque a la hora de defenderlo o criminarlizarlo, según se manifieste. Obviamente la palabra integral contempla diferentes aristas y eso significa que todo lo relacionado con discriminaciones estaría contemplado”.

Aunque la vía más evidente de solucionar la violencia de género hacia mujeres musulmanas sería en tribunales, existe otro camino con un componente más preventivo: la existencia de normas que regulen actividades religiosas en espacios públicos así como las garantías para la práctica religiosa. Pedro Álvarez Sifontes, investigador del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, considera que en un primer momento no sería necesario una ley o norma para estas situaciones si se cumpliera plenamente la Constitución en su Artículo 42. “El problema empieza a trabarse en la propia Constitución o en su interpretación del artículo 57 cuando al final dice ‘… y de conformidad con la ley’. El problema es que no hay ley. Lo que hay son indicaciones, regulaciones y reglamentos institucionales que sería bueno revisar a la luz de los cambios sociales”. Según el especialista, la justicia está obstaculizada por esas regulaciones basadas en el modelo de Estado ateo, a lo que se suma la inercia burocrática. “Todo esto respondiendo a una uniformidad de instituciones y a una imagen de laicidad que muchas veces se olvida o no se hace cumplir por igual para todos los casos”.

De ahí que Álvarez Sifontes aboga por una explicitación de los derechos religiosos, y de los deberes también, pero quién lo hace y cómo se puede hacer son todavía preguntas pendientes. Hace falta “una ley de culto que profundice en estos derechos e imponga una línea de conducta que en este momento se le pasa por arriba cuando no se entiende el fenómeno, o cuando no es conveniente. Lo difícil es que para esto hay que incluir a unos cuantos organismos e instituciones que tienen distintas miradas sobre el asunto religioso”. Para Sifontes se hace necesario cultivar la cultura sobre la religión”.

“Muchas personas creen que somos extremistas y no es así”, comenta la licenciada en Rehabilitación Ismaris Guzmán, de Santiago de Cuba, portadora del velo islámico desde 2016. “El islam nos da más derechos que al hombre, pero las personas no saben. He estado caminando por la calle con mi hiyab y alguien dice ‘mira a esta terrorista’. No saben lo que dicen, no saben lo que significa ser terrorista pero están sembrándome el miedo a mí por llamarme así. De cierta manera las personas tienen esta islamofobia dentro. Lo que está sembrado por los medios es la idea “de que todos los musulmanes son malos”, lo cual genera actitudes de odio.

Beatriz Batista amplía que aquello que las mujeres cubanas conversas quieren transmitir con su vestimenta “no guarda relación con la manera en que son presentadas en los grandes medios porque no se las considera como sinónimo de fe sino como peligrosas, terroristas incluso”, lo que incide de forma directa en cómo los musulmanes y musulmanas son percibidos socialmente. “Eso puede mejorar cambiando el discurso mediático –afirma Batista–. No se trata de negar la existencia de grupos extremistas sino de desligar esas acciones del islam”.

Precisamente estos estereotipos asentados socialmente, combinado con la ausencia de regulaciones sobre la práctica religiosa que fomenten una cultura cada vez más inclusiva a lo interno de las instituciones, conforman un escenario propicio para que las víctimas de violencia de género creyentes en Allah, no denuncien ni busquen ayuda; no quieren que se las cuestione por ser musulmanas, que se ataque a la religión como causa de su experiencia de agresión, o que se las señale como quienes necesitan ser salvadas del islam. Se trata de un contexto que las arroja directamente a una peligrosa zona de silencio.

En este sentido la psicóloga Di Bello señala que la mujer musulmana que sufre violencia de su agresor, recibe también otro tipo de maltrato: el del prejuicio, la discriminación, el etiquetado. Ella es tomada como un símbolo identificatorio de “una cultura”, generalizándola y presentándola como homogénea.

Yanna, que ha vivido ambas, cree que a lo interno de la comunidad debe fomentarse el conocimiento islámico a la par del pensamiento crítico, las mujeres deberían educarse en las diversas formas de violencia y deben crearse grupos de ayuda que asesoren legalmente a las musulmanas, porque ahora sí hay dónde buscar –sentencia–, ahora sí hay un gran movimiento contra las violencias”.

 

 

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[1] Autoridad religiosa en las comunidades islámicas que se encarga de dirigir los rituales religiosos en las mezquitas.

[2] Este testimonio permanece anónimo a pedido de la entrevistada.

 

 

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